Olvidaba o me arriesgaba.
Sin medias tintas me planteaba qué hacer mientras se me tapaban los oídos y las turbinas aceleraban el zumbido. Por la ventanilla, una de las alas del avión, era el primer plano para la urbe desdibujaba en las penumbras de la noche;


me alejaba de lo que cambió mis certezas.
Cielo y libertad. Mentira.
Degustar el vuelo. No podía.
Una y otra vez volvía esa voz: ¿qué vas a hacer?
Tenía 8 horas de vuelo para definir un plan de vida.
Me uní a los aplausos efusivos: ¡llegamos! La pausa cuántica de vuelo había terminado: documentos de entrada al país, esperar la maleta, reencuentros y mi decisión:

Vislumbré 2 caminos, ambos requerían coraje: no recordar o lanzarme a la posibilidad que percibí en chispazos de emoción que nacían del corazón.
Elegí