Lo simple es la única respuesta: certera, rápida y directa.
El viaje inició con el llamado de quienes, sólo ellos, podrían moverme de mi lugar para ir allí donde era conveniente y necesario. Un viaje no esperado y con pócimas de eternidad.

Así, sabiendo que en 11 días se decantaba un tiempo sin vueltas inicié el viaje al Perú. Ese Perú mágico: padre y madre de muchas vertientes, de recodos, de nacimientos y despedidas. 11 días que aún estoy procesando y soltando … dejándolos ir con pedazos de mi que arañan y roncan, flotan y me exprimen; comprendo que hay huellas que nunca desaparecen.

11 días para terminar un ciclo, cerrar un libro de varios capítulos. 11 días para recorrer calles que llevan impregnadas huellas de pasos decisivos, titubeantes, enardecidos, sorprendidos, agradecidos. 11 días de imágenes eternas en mi corazón, de sensaciones que rozan la ingenua esperanza del para siempre.

Es que el caminar por fuera me lleva a andar por dentro, a mirar y ver lo que está latiendo por dentro de la piel, a percibir lo invisible a otros ojos, a estar presente.





Abanicos de sensaciones que despeinan el aliento de la sonrisa, que gotean lluvias grises en el amanecer de una Lima que mira el océano y se deja mojar por él.



11 días que marcan un cierre, un fin de capítulo que como todo es hermoso haberlo vivido.






